Asociación para el estudio de temas grupales, psicosociales e institucionales

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Grupalidad en Sociedades Pro Estado, por Cristian Idiáquez Urrea


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Grupalidad en Sociedades Pro Estado [1]

Cristian Idiáquez Urrea[2]

Para comenzar quiero plantear preguntas que en la discusión puedan, estas mismas, reformularse, surgir nuevas o animarnos a esbozar algunas de sus respuestas.

Al surgir la posibilidad de este espacio, para pensar en conjunto con otros temáticas referidas a lo grupal, me surgió la inquietud del malentendido que tiende a generar la consideración de los grupos y las instituciones, con esto me refiero a lo trabajoso que muchas veces es ponernos de acuerdo en relación a qué vamos a entender, por ejemplo, por grupalidad.

¿Qué es la grupalidad?

  • ¿Un nivel de análisis de los fenómenos humanos?
  • ¿La base sincrética de nuestra subjetividad?
  • ¿Ese todo distinto a la suma de las partes, que adopta forma de “campo de fuerzas”?
  • ¿Todas las anteriores? Ninguna?

También en lo complejo de abordar problemáticas desde lo grupal e institucional.

Hoy hay una necesidad de individualización de las responsabilidades, evitando a toda costa la confusión, la indiscriminación, el no saber.

Lo grupal aparece como igual a pérdida de tiempo, algo poco eficiente y poco “económico” en cuanto a costos energéticos, o, en último caso, “epistemológicamente inconsistente”.

Frente a ello, me han resonado las nociones de los Institucionalistas, sus distinciones sobre lo instituido y lo instituyente, los desviantes, los analizadores, la implicación, etc. Así como lo señalado por Bleger[3] en relación a cómo en nuestros dispositivos, en nuestros encuadres de trabajo, queda contenida la estructura ideológica del interventor, a la cual el otro paciente llega a consumar reificándose la escenografía del acto analítico.

Sabemos por Freud que toda organización social genera malestar[4], pero también sabemos que no da lo mismo el tipo de orden que nos demos, no da lo mismo en relación a tipos y grados de malestar o alienación[5]. Un régimen dictatorial que uno que intenta ser democrático. Si bien habría que considerar que hoy estaríamos frente a un sistema económico globalizado que perfectamente calza con un orden totalitario, sistema que se resquebraja y vuelve incesantemente a su ejercicio de retoque del maquillaje que lo invisibiliza.

En las formas que nos damos de agrupamiento y de cómo vivimos esa grupalidad, el estar con otros, encontramos, en su base al Estado, el cual determina nuestros rangos de movimiento, de libertad frente a nosotros mismos y frente a los demás. El Estado que ejerce su poder en beneficio de unos pocos, intentando frustradamente mantener sosegada a esa gran mayoría que se ve finalmente sodomizada en la negación de tal violencia.

Reconozco en esto mi añoranza por algo que nunca viví, que probablemente quedó como huella muda de mis antepasados. Para vernos en esta forma de orden social es necesario pensar el imposible de las sociedades Contra Estado en el decir de Clastres[6], aquellas que se resguardaban a sangre de caer en la creación de un ente central en el cual delegar el poder personal para su regulación, en tanto consideración del bien común, organización del trabajo que determinaba formas muy distintas de subjetivación, piénsese en el pueblo Mapuche, en su cosmovisión, en la cual cada miembro de la tribu se siente parte de un todo mayor, diferenciándose según sus distintos aportes al abordaje de una tarea que es entendida como comunitaria, en donde no tiene sentido el ejercicio de acumular riqueza o ganancias, de poseer.

Por ello, en otro lugar afirmaba que, cuando las prácticas de la medicina mapuche son realizadas siendo consistentes con el orden y la estructura de su origen milenario, se constituyen en contrainstitución al ofrecer un modelo alternativo al del Estado-Nación. Si bien es cierto que existe variabilidad en esto, si hablamos de medicina mapuche propiamente tal, ésta tiene intrínsecas en su definición nociones que van contra un ordenamiento central del poder, y contra una división separación en las dimensiones tradicionalmente instituidas por las Sociedades Estado. Implica de manera necesaria una lógica diametralmente distinta que sitúa al sujeto en relación con todos y con todo (principio de relacionalidad), una dualidad complementaria o matriz tetralógica (todo se ve en dimensiones de a cuatro), según un vivencial simbólico, es decir, a través de mitos fundantes en un suceder cotidiano, y en una reciprocidad en donde lo primero es dar y el saber es siempre en tanto construcción colectiva[7].

Frente a ello, los “especialistas de la salud mental” tendemos a responder desde la relevancia de la micropolítica, del Estar Molecular o de transversalidad; es decir, asumiendo al fascista que habita en cada uno, aquel que está justamente en esa organización social, en esa constitución subjetiva, en esa grupalidad, para ser subvertido, esquivado, prevenido. Ejercicios que quizás son el resabio de aquellos de las Sociedades Contra Estado.

¿La dificultad de plantearnos desde lo grupal e institucional radicaría en gran medida en esto?

Es decir, en Sociedades Pro Estado como la nuestra ¿qué lugar puede tener interrogarse sobre la grupalidad? ¿La de mostrarnos nuestra tendencia a enamorarnos del poder?, ¿nuestra acción fascistoide cotidiana?, ¿“nuestros pecados de cada día”?. Nos confrontaría con nuestro origen bastardo, pero también con nuestra potencia subversiva, creadora de fratría, con el ejercicio central de alteridad, de la búsqueda de la distancia óptima con el otro, con lo otro, con el otro de uno mismo, con la necesidad de distinciones y de desmitificaciones de un orden naturalizado, aparentemente inamovible.

Juan Carlos de Brassi se refiere a lo grupal "como un espacio estructurante de lo social-histórico, condición inmanente de existencia y razonabilidad de los grupos mismos"[8]. Bauleo por su parte insiste en que los grupos son un concepto que permite mediar entre las dicotomías individuo-sociedad…

Quizás una peste se combata con otra peste, quizás debamos permitirnos mutar multifacéticamente e inundar un espacio que deja vacío de contenido ese sistema oprimente del consumo y el abuso.

Estamos llamados a construir, a desarticular, a explicitar la existencia “real”, “histórica” de esa violencia naturalizada, a reconstruir el lugar del vecino, del testigo garante que había quedado arrasado. En lo traumático lo peor es ese tercero que no hizo nada, cómplice por acción u omisión.

Cómo en el teatro de Artaud: entender la locura desde dentro. O como instigaba también Pichon en su concepción de enfermedad mental. A través de lo grupal nacemos, nos enfermamos y nos curamos.

Me refiero a la revisión de nuestras meta-estrategias implementadas, en los enfoques de los distintos dispositivos de trabajo. A cómo nos vinculamos con otras áreas del saber, con otras agrupaciones que resisten también al monopolio de lo económico-financiero como parámetro.

Fernández (2002) menciona al respecto que se trataría de la necesidad de una nueva manera de pensar lo Uno y lo Múltiple, intentando superar los encierros que la lógica del objeto discreto impone, abriendo la reflexión hacia formas epistémicas, pluralistas, transdisciplinarias[9].

Yo creo, en todo caso, y saltándome varias páginas de este esbozo de discurso, que estamos frente a una nueva forma de grupalidad, en que el poder comienza a circular de maneras inéditas, en especial si consideramos la manoseada idea de una “aldea global” cosa que vuelve a dar rostricidad al adversario, más allá del tema ecológico y más acá en términos de lo ético, de la trascendencia o no de la especie, en tanto condición humana.

Como señaló Deleuze la tristeza es el efecto de un poder sobre el sujeto:

La tristeza no vuelve inteligente. En la tristeza estamos perdidos. Por eso los poderes tienen necesidad de que los sujetos sean tristes. La angustia nunca ha sido un juego de cultura, de inteligencia o de vivacidad. Cuando usted tiene un afecto triste, es que un cuerpo actúa sobre el suyo, un alma actúa sobre la suya en condiciones tales y bajo una relación que no conviene con la suya. Desde entonces nada en la tristeza puede inducirlo a formar la noción común, es decir, la idea de algo común entre dos cuerpos y dos almas. (…) la alegría es colmar una potencia, cuando hacemos realidad una de nuestras potencias[10].

Frente a ello: “No hay lugar para el temor, ni para la esperanza. Solo cabe buscar nuevas armas”[11].


[1] Notas para la presentación de una serie de encuentros en torno a la temática de la grupalidad.

[2] Cristian Idiáquez, es Becario CONICYT n° 21130083, psicólogo clínico, Magíster y candidato a Doctor de la Universidad de Chile, forma parte del equipo directivo de la Escuela de Psicología Grupal y Análisis Institucional “Enrique Pichon-Rivière” Chile. E-mail: cristian.idiaquez@gmail.com

[3] Bleger, J. (1984) Simbiosis y Ambigüedad: Estudio Psicoanalítico. Buenos Aires: Paidós.

[4] Freud, S. (1992) El malestar en la cultura (1930 [1929]) pp. 57-140. En Obras Completas Volumen XXI. Buenos Aires: Amorrortu.

[5] Idiáquez, C. (2015) Sobre la condición instituyente, el lugar de autoría en psicoanálisis. En H. Foladori e I. Yáñez, Intervención Grupal y Poder (pp. 335- 342). Santiago de Chile: Cuarto Propio.

[6] Clastres, P. (1974) La Société contre l'État. Paris : Minuit.

[7] Idiáquez, C. (2010) Medicina Mapuche y los procesos de subjetivación contemporáneos. En H. Foladori Compilador Salud Mental y Contrainstitución (pp. 71-84). Santiago de CHILE: Universidad de Chile.

[8] De Brassi, J. C. (1990) Subjetividad grupalidad, identificaciones. Apuntes metagrupales, Buenos Aires: Búsqueda Grupo cero (pp. 83).

[9] Fernández, A-M (2002) El campo Grupal: notas para una genealogía. Buenos Aires: Nueva Visión.

[10] L'Abécédaire de Gilles Deleuze, documental dirigido por Pierre-André Boutang en 1988-1989, emitido en el año 1996. Francia.

[11] Gilles Deleuze, «Post-scriptum sobre las sociedades de control», Polis [En línea], 13 | 2006, Publicado el 14 agosto 2012, consultado el 14 mayo 2016. URL : http://polis.revues.org/5509

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